Todos tenemos una historia, pero esa historia tiene muchas perspectivas. A veces lo que nos pasa es que solo vemos una de ellas. Es como si se filmará desde diferentes ángulos, o diferentes cámaras, y en ocasiones las personas tendemos a ver sólo una de estas filmaciones.

Parte de crecer, parte de madurar, implica poder ver diferentes ángulos de esta historia. Es como si la re editamos, o más bien si la completamos. Si nuestro objetivo es la realización, es decir, acercarnos a la realidad tal y como es, un buen comienzo es mirar diferentes perspectivas.

Cuando nos quedamos solo en una visión de lo que hemos recorrido, nos limitamos y ponemos energía en una versión. Al focalizar en una, le damos importancia a ésta y le ponemos fuerza que nos puede incluso definir de una manera parcial. Si podemos cambiar el foco y empezar a distribuir esta energía en una visión más amplia, tenemos muchos beneficios. 

El primero es que construimos nuestra identidad en una visión más completa o más holística de lo que realmente somos. Con esto podemos cambiar nuestro discurso interno que en ocasiones es monotemático y por lo tanto condicionante. 

El segundo es que obtenemos mayor libertad ya que nos abrimos a cuestionar dicho discurso, y con ello tenemos más poder de elección frente a cada situación que se nos presenta. 

El tercero es que podemos conectar mejor con la gente que es parte de nuestra historia, ya que incorporamos su perspectiva, lo que nos vuelve más empáticos y más receptivos a los demás. 

La disposición a re editar nuestra historia, es un camino, no una meta, lo que nos hace dinámicos y descreídos con los condicionamientos tanto externos como internos, que nos impiden experimentar nuestro presente sin calibrar con nuestro pasado, y sin preocuparnos por nuestro futuro. 

Es decir, nos permiten acercarnos y dejarnos tocar por lo que es momento a momento, lo que va construyendo nuestra historia que es única y tienen un por qué y un para qué.