
“No fue con mala intención”…es una frase que oímos o decimos con frecuencia. A veces para justificar, a veces para amortiguar, pero sea por lo que sea, da un contexto diferente a lo sucedido. ¿Por qué? Porque la intención con la que actuamos, dice mucho de lo que tenemos en nuestro corazón y en nuestra mente.
La intención es algo que dirige nuestras acciones y nuestras decisiones. Sea consciente o inconscientemente. Puede ser un pensamiento, pero normalmente está sustentado en una emoción o un valor, en algo en lo que ponemos el corazón.
Esta reflexión me surge de una conversación con una amiga muy querida que expresaba hace unos días que los años nuevos ella “decreta” una intención para el año y se propone trabajar en ella.
Me parece un trabajo precioso, a diferencia de los propósitos de año nuevo, que me resultan voluntaristas y forzados. La intención es algo más auténtico, más genuino y más profundo; y aunque siempre está presente, no siempre es explícita.
El traerla a la mente y mantenerla en la consciencia hace que nos dirija hacia donde elegimos ir o en donde decidimos habitar. Pero se requiere honestidad y congruencia, ya que este ejercicio puede ser de mucha utilidad, si percibimos una necesidad de alinearnos con una intención que realmente sea valiosa para nosotros y que resuene con lo que nuestro corazón quiere. La intención no se puede fingir ni imponer y su importancia radica en que orienta nuestro actuar, pensar y sentir. En muchos caminos espirituales se habla del concepto de conversión, como una forma de redirigir nuestro camino hacia algo deseado, en realidad esto es lo que hace una intención.
El anhelo que tenemos de personificarnos, es decir, convertirnos en quienes estamos llamados a ser, empieza por identificar nuestras intenciones y alinearlas para alcanzar mayor plenitud y libertad.
Este es un buen momento para hacer una reflexión de qué queremos que nos dirija en el transcurso de este nuevo año.