La mayor parte del tiempo nuestra mente está dispersa y, por lo tanto, no nos deja percibir con claridad. Nuestros pensamientos se producen constantemente en nuestro cerebro y nos permiten organizar nuestra forma de estar en el mundo. Pero también estos pensamientos hacen que no percibamos la realidad como es. A eso me refiero con que obnubilan nuestra consciencia.

De estos pensamientos, se construye un discurso interno que nos estructura, pero que también nos distancia, ya que acomodamos los datos que recibimos en torno a este discurso. Interpretando así todo lo que nos sucede interna o externamente, alrededor de dicho discurso.

Cuando guardamos silencio y ejercitamos el silencio interior, logramos disipar las nubes de la mente, lo que nos permite percibir con mayor claridad.

Esta limpieza de mirada nos beneficia en todos los aspectos de nuestra vida. Por una parte, nos permite conocernos mejor, entender nuestras motivaciones, pero también nuestros deseos más profundos. Por otra parte, nos permite percibir a los demás de una forma más clara, sin proyectar asuntos nuestros sobre ellos.

Esto nos lleva no solo a la atención, sino a la aceptación de los demás, generando vínculos seguros. Esta posibilidad de mirar al otro sin contaminar dicha visión también facilita el espejeo que va ayudando al crecimiento personal de los que nos rodean.

La claridad es el resultado del entrenamiento de la mente para distanciarse de nuestros discursos y atender a lo que percibimos momento a momento, sin querer ajustarlo a nuestra conveniencia. Esto es algo que no se logra de un día para otro, requiere el ejercicio y la voluntad de hacernos presentes a lo que hay a través del ejercicio de la percepción.