
Cuando arranca el año nuevo, el problema es que nuestra mente se arranca con el. Como si fueran carreras. Empezamos a pensar todo lo que vamos a hacer, mes con mes y nos vamos al futuro.
Al cierre del año, hacemos un recuento de la cosecha, de lo que fuimos construyendo y de lo que nos faltó. Eso hace que empecemos el siguiente ciclo con ganas de sembrar y construir lo que queremos. Para esto hacemos muchos ritos y celebraciones. Son cierres y comienzos de ciclos. Nuestra mente evalúa el pasado y en base a eso, proyecta al futuro lo que desea y lo que teme.
Así nos dirigimos, y de alguna forma también nos gobernamos. Pero, como ya sabemos, la mente no puede vivir en el presente, porque no lo puede controlar, y no sabe qué hacer con él. Entonces nos lleva de viaje una y otra vez al pasado o al futuro.
Por el contrario, nuestro corazón y nuestro cuerpo si pueden estar en el presente. El problema es que nos cuesta trabajo focalizar en ellos. Creo que, si este año que empieza, hacemos el ejercicio de ponerles más atención, no solo vamos a dirigirnos y gobernarnos, sino que vamos a vivir más plenamente.
Si en lugar de arrancar el año como si tuviéramos que alcanzar algo, nos proponemos vivir cada minuto, cada segundo, con lo que nos trae, tal vez podamos armonizar estas tres partes de nosotros, para ser más congruentes y por lo tanto vivir más en paz.
Cuando le deseamos a alguien que queremos un “feliz año nuevo”, normalmente lo acompañamos de deseos de paz, de salud, de armonía, de amor…. Creo que ese deseo nos lo podemos dar también a nosotros mismos, concretándolo en la consciencia de que en realidad ya somos todo eso. Solo tenemos que quitar lo que nos estorba y nos distrae de lo que realmente somos. Y eso no es algo que se alcanza, solo es algo que se ve, si dejamos de vivir distraídos y corriendo detrás de algo.
¡Feliz Año Nuevo!