En los últimos años hemos visto una búsqueda extendida de caminos y técnicas de meditación, atención plena y de contemplación. Ha habido una revaloración de tradiciones milenarias en donde se ha hablado siempre de la importancia de entrenar nuestra atención.

Dicho entrenamiento tiene muchos beneficios. Algunos de ellos son el lograr libertad frente a nuestros pensamientos y emociones, mediante la observación sin reacción de estos. Otro es separarnos de nuestro discurso interno, que suele ser bastante engañoso. Y un tercer beneficio es el manejo del estrés, ya que éste se alimenta de nuestros pensamientos y de nuestras visiones distorsionadas.

Actualmente es bastante raro, encontrarnos con oponentes a los beneficios de estas técnicas,  ya que incrementan nuestra posibilidad de estar en el presente, lo cual tiene un valor inmenso. Nuestra mente tiende a fluctuar entre el pasado y el futuro y a perderse del presente, que es lo único que existe realmente.

De lo que se ha hablado menos es de la importancia de la intención y de la relación tan crucial que tiene con la atención.

En ocasiones confundimos el tener un trabajo espiritual con ser bondadoso o compasivo. No necesariamente es así. Si a nuestro trabajo espiritual, o a nuestro entrenamiento de atención le agregamos la intención de ser más compasivos y bondadosos, así será. Pero si no agregamos dicha intención, la atención simplemente nos focaliza en algo.

El tema en el que decidamos focalizar depende de la intención que le pongamos. Por eso es tan importante aclarar internamente nuestra intención, porque ésta necesita estar alineada con nuestros anhelos más profundos, de tal forma que nuestra atención vaya en la línea de alcanzar una mayor congruencia con lo que somos y queremos ser.