
En una sociedad en donde solo nos vemos en el espejo, en lugar de vernos unos a otros, se fomenta el individualismo, el cual tiene muchas consecuencias.
Una de ellas, es la forma como vemos nuestra realidad. Si perdemos la perspectiva de las cosas, y dejamos de ver el contexto de lo que nos sucede, tendemos a dramatizar nuestra vida.
También se exagera lo dramático de nuestra vida, cuando sentimos que somos los únicos a los que nos pasan cosas que no deseamos que nos pasen. Cuando escuchamos a los demás, vemos sus vidas y nos sentimos interesados por ellas, nuestra vida cobra perspectiva.
Dejamos de ver nuestros problemas como superlativos, y también recibimos feedback en la mirada de los demás, que nos hacen contextualizar las situaciones, de tal forma que logramos ser más objetivos.
La pandemia incrementó esta situación ya que nos vimos obligados a replegarnos durante un tiempo en nuestras casas y en nuestras realidades. Dependiendo de la edad en la que este periodo de tiempo nos haya tocado, esto tuvo un efecto distinto.
El reto consiste en salir de nosotros mismos, dejarnos de ver el ombligo, para poder mirar a los demás y en ese panorama, ver lo nuestro con mejor perspectiva.
No es que nos comparemos, pero nos permite ser más objetivos y en muchas ocasiones agradecidos. El dolor de los demás no nos “consuela”, pero nos hace poner nuestra energía emotiva no solo en nosotros mismos, sino en los demás también. Y claramente sentirnos acompañados.
La sensación de ser el único hace que cualquier situación no deseada sea considerada como traumática y por lo tanto, dramática.
Lo que compartimos se hace más ligero y llevadero, y nos permite ver no solo lo que falta en nuestra vida, sino todo lo que tenemos y somos.