
Frente a cualquier circunstancia que nos toque afrontar, hay una enorme diferencia entre preguntarnos el por qué, o preguntarnos el cómo.
Hay cosas que vamos escogiendo en nuestra vida de una forma implícita o de una forma explícita. Esas cosas si tienen un por qué generalmente.
Sin embargo, también hay muchas cosas que nos suceden, que podríamos decir que son pasividades porque no tenemos elección frente a ellas. Algunas pasividades son positivas, como la inteligencia con la que nacemos, las personas de nuestra familia, la cultura, etc. Otras nos van encontrando en nuestro camino y no todas las elegiríamos. Como un desencuentro amoroso, la muerte de alguien querido, una crisis económica o de salud, etc.
Frente a estas situaciones, hay una enorme tentación de quedarnos atorados preguntándonos el por qué. La mayoría de las veces la respuesta no llega, y dificulta que aceptemos lo que está sucediendo.
Por otra parte, cuando lo logramos aceptar, es muy útil el preguntarnos más bien ¿cómo? Con esto que está sucediendo y los recursos con los que cuento, ¿cómo le hacemos? ¿cómo afrontamos esto?
Si entramos a nuestro corazón, encontramos ahí muchas respuestas a esta pregunta, respuestas que van surgiendo de la sabiduría y la aceptación que habitan nuestro corazón y que son el contrapeso contra la resistencia de nuestra mente a atravesar lo que se presenta sin juzgarlo como negativo o contrario a nuestros programas y expectativas.
Nuestra mente calibra como negativo o positivo lo que va sucediendo, de acuerdo con la historia que se ha fabricado. Sin embargo, nuestro corazón sabe que lo que se va presentando no requiere ninguna explicación y que es para algo que poco a poco se va integrando en nosotros.