Nuestras carencias o dificultades se pueden comparar a hoyos o huecos en nuestras vidas. Depende de la actitud que tomemos frente a ellas, si éstas se convierten en cuevas o en túneles. En cuevas, donde quedamos atrapados, o túneles que son atravesados.

Podemos ciclarnos en algo que nos falta o faltó, rumiándolo y así alimentando el sufrimiento; o podemos enfrentar la falta como una fuente de aprendizaje y transformación.

Una forma de quedar atrapados en una cueva es la falta de mirada o aceptación. Si no vemos la realidad y no enfrentamos la carencia, ésta tampoco puede ser transformada, y por lo tanto no se asimila en la consciencia para generar crecimiento.

Muchas veces, nuestro ego se resiste a aceptar lo que es. No podemos controlar varias situaciones de nuestras vidas, y podemos caer en resistirnos a ellas o ignorarlas. Pero solo si nos dejamos tocar por ellas, las admitimos y dejamos de pelarnos con estas circunstancias, nos habilitamos para asimilar el aprendizaje que nos dejan.

El túnel con frecuencia implica atravesar dolor o sufrimiento, pero solo lo que se atraviesa se transforma. Y como ya sabemos, pasa, pero pasa dejando una huella de crecimiento y aprendizaje. Cuando lo evitamos es cuando se convierte en cueva, ya que nos encierra en nosotros mismos. Esa resistencia perpetúa una situación que tendemos a repetir, hasta que sea desenmascarada y asimilada.

Esa es la paradoja, lo que evitamos nos encierra, lo que enfrentamos nos libera. Sin embargo, la mente consciente tiende a resistirse a esta realidad y perpetúa la repetición, eligiendo sin querer aquello que no estamos cambiando.

Soltar la resistencia y abrirnos a la realidad que se nos presenta es el camino de la cueva al túnel, en cada hueco percibido en nuestras vidas.