Algunos autores dicen que las emociones son energía, y que no solo afectan a los que las experimentamos, sino también a la gente de nuestro alrededor. Si tomamos en cuenta esto, también a nosotros nos afectan las de los demás.

Esto crea una especie de temperatura emocional en el entorno que varía pero que también a veces se estabiliza generando una dinámica emocional particular.

Así como es posible soltar nuestras propias emociones, dejándonos experimentarlas y después entregándolas. Podemos hacer lo mismo con las de los demás. Tal vez esa sea la verdadera compasión, que literalmente significa padecer con.

Si padecemos con el otro, pero acumulamos la emoción, ese padecer no tiene ningún sentido. En cambio, si nos permitimos experimentar el dolor del otro, pero después lo soltamos, tal vez no solo nos liberemos a nosotros mismos , sino ayudemos a que el otro pueda entregar el sentimiento también.

Esto puede crear un ambiente emocional distinto.

Entonces, si sabemos gestionar nuestras propias emociones, podemos facilitar que los que nos rodean puedan hacer lo mismo. En cambio, cuando no nos dejamos experimentar las propias, podríamos decir que contaminamos el ambiente con éstas. Porque no dejamos que fluyan y las permeamos de una u otra manera.

En esta dinámica, muchas veces tendemos a culpar al otro de nuestras propias emociones, o incluso verlas en los que nos rodean sin ser capaces de responsabilizarnos de ellas.

Nos vamos aventando la bolita de lo que sentimos, esto se llama desplazamiento, y nos incapacita para experimentar y soltar lo que vamos viviendo.

En cambio, si tomamos consciencia de esta dinámica, podemos facilitar un ambiente más sano, con buena comunicación. En donde distinguimos lo nuestro de lo de los que nos rodean. También nos hacemos empáticos y sensibles a lo que los demás sienten, e incluso podemos ayudar a que ellos puedan no solo responsabilizarse, sino también sentirse acompañados y por lo tanto liberados.

No es algo que se logra de la noche a la mañana, ni tampoco algo que se conquista y ya se hace siempre. Es algo que hay que recordar seguido para no caer en la tentación de no hacernos cargo de nuestros propios sentimientos y al mismo tiempo volvernos insensibles a las de los demás.