Lo que llamamos trauma es una impresión emocional causada por algún hecho o acontecimiento negativo. Esto es algo que hemos experimentado todos, en mayor o menor grado.

Hoy en día se habla de muchos traumas que tienen que ver con una fragilidad que culturalmente manifiesta una baja tolerancia a la frustración. Es decir, en ocasiones este trauma es resultado de la hipersensibilidad a la privación de cualquier expectativa de satisfacción. Por otro lado, hay traumas ocasionados por eventos objetivamente dolorosos. Un ejemplo de esto es la pérdida de un ser querido.

Los traumas necesitan ser reconocidos para ser elaborados, integrados y trascendidos. Esto no significa que los olvidemos, pero sí que no operamos ya desde ahí y que podemos observarlos sin que nos descoloquen.

El problema es que a veces, nos quedamos atorados en este reconocimiento, lo que significa que los alimentamos desde la autocompasión, y se convierten en un obstáculo para nuestro crecimiento.

Por otro lado, después de permitirnos experimentar las emociones que nos generan, podemos mirarlos como parte de nuestra realidad y como una fuente de aprendizaje. De esa forma, en lugar de ser obstáculos, son escalones que nos permiten construir nuestro futuro desde lo que nosotros queremos que éste sea.

Parte de la salud mental consiste en no rumiar inútilmente situaciones dolorosas. Podemos recordarlas, con el objetivo de aprender y construir un mejor presente y futuro a partir de ellas. Pero si las rumiamos sin este objetivo, eso solo nos lleva a un círculo vicioso que no nos permite ser libres ni agradecidos con lo que la vida nos ofrece.

Creo que esto es un proceso, y lleva tiempo. Pero si tenemos clara nuestra intención y lo que queremos construir, la forma como nos acercamos a nuestros traumas y heridas será sin querer alimentarlas, sino aprender de ellas.  Así, desde el aquí y el ahora, en libertad, construimos nuestro futuro.