
El miedo es una experiencia humana común. Todos le tenemos miedo a algo. Es una emoción que nos protege y que nos recuerda nuestra vulnerabilidad. De alguna forma, percibir y reconocer el miedo es un acto de humildad.
Sin embargo, hay miedos que muerden, que paralizan, que angustian y que se estacionan en nosotros. Como con todas las emociones, no podemos evitar que estén presentes. Tanto si las bloqueamos o no las reconocemos, como si las alimentamos con pensamientos, estamos interfiriendo en el desarrollo sano de ellas.
El miedo es una energía, y como viene se va, al menos que la perpetuemos con pensamientos. No podemos controlar sentir miedo, pero si podemos identificar los pensamientos que acompañan esta emoción, y aquellos que son disparadores de ésta.
Hay miedos que la mayoría de las personas tenemos y que son parte de la vida. Por ejemplo, si quieres a alguien, lo natural es que tengas miedo a perder a esa persona de cualquier forma. Si no tienes miedo a tu propia muerte, tal vez tengas miedo a la de las personas que amas, a la enfermedad, al dolor físico. Muchas personas le tienen también miedo al rechazo, al abandono, al ridículo, a no trascender, y así muchos otros.
También hay miedos más específicos, disparados por nuestras experiencias y vivencias particulares. Miedo a heredar una enfermedad familiar, miedo a perder la cabeza, miedo a ser traicionado por la pareja, miedo a no saber manejar una situación, etc.
Muchas veces el miedo trae un mensaje y nos quiere decir algo. Tal vez nos diga que tenemos que actuar, que nos tenemos que proteger, que nos tenemos que retirar, o simplemente que tenemos una vulnerabilidad por reconocer.
Sea cual sea el mensaje, muchas veces, cuando lo hacemos consciente, el miedo disminuye. Y el resto de la energía de esta emoción, simplemente con dejarnos experimentarla, pasa. A veces rápido, y a veces lento, pero pasa. Si nos resistimos a ella, es cuando se puede quedar estacionada en nosotros, y se puede intensificar. Si la dejamos fluir, como una ola, viene, y se retira. Lo cual no quiere decir que no vuelva a presentarse, pero sabiendo esto, también sabemos, que se va a volver a ir.
Todo pasa, lo bueno y lo malo, nada permanece. Cuando entendemos esto, entonces, podemos lidiar con el miedo y con todo lo que se va presentando.
El miedo es una experiencia humana común. Todos le tenemos miedo a algo. Es una emoción que nos protege y que nos recuerda nuestra vulnerabilidad. De alguna forma, percibir y reconocer el miedo es un acto de humildad.
Sin embargo, hay miedos que muerden, que paralizan, que angustian y que se estacionan en nosotros. Como con todas las emociones, no podemos evitar que estén presentes. Tanto si las bloqueamos o no las reconocemos, como si las alimentamos con pensamientos, estamos interfiriendo en el desarrollo sano de ellas.
El miedo es una energía, y como viene se va, al menos que la perpetuemos con pensamientos. No podemos controlar sentir miedo, pero si podemos identificar los pensamientos que acompañan esta emoción, y aquellos que son disparadores de ésta.
Hay miedos que la mayoría de las personas tenemos y que son parte de la vida. Por ejemplo, si quieres a alguien, lo natural es que tengas miedo a perder a esa persona de cualquier forma. Si no tienes miedo a tu propia muerte, tal vez tengas miedo a la de las personas que amas, a la enfermedad, al dolor físico. Muchas personas le tienen también miedo al rechazo, al abandono, al ridículo, a no trascender, y así muchos otros.
También hay miedos más específicos, disparados por nuestras experiencias y vivencias particulares. Miedo a heredar una enfermedad familiar, miedo a perder la cabeza, miedo a ser traicionado por la pareja, miedo a no saber manejar una situación, etc.
Muchas veces el miedo trae un mensaje y nos quiere decir algo. Tal vez nos diga que tenemos que actuar, que nos tenemos que proteger, que nos tenemos que retirar, o simplemente que tenemos una vulnerabilidad por reconocer.
Sea cual sea el mensaje, muchas veces, cuando lo hacemos consciente, el miedo disminuye. Y el resto de la energía de esta emoción, simplemente con dejarnos experimentarla, pasa. A veces rápido, y a veces lento, pero pasa. Si nos resistimos a ella, es cuando se puede quedar estacionada en nosotros, y se puede intensificar. Si la dejamos fluir, como una ola, viene, y se retira. Lo cual no quiere decir que no vuelva a presentarse, pero sabiendo esto, también sabemos, que se va a volver a ir.
Todo pasa, lo bueno y lo malo, nada permanece. Cuando entendemos esto, entonces, podemos lidiar con el miedo y con todo lo que se va presentando.