Creo que a todos nos ha tocado el corazón ver lo que se está viviendo en Ucrania. Esos exilios, esos desarraigos, esas injusticias, ese dolor. Seríamos de piedra si no nos movieran el corazón todas esas imágenes.

No solo duele el dolor ajeno, que al final también es el nuestro, sino que nos duele y avergüenza de lo que somos capaces como humanidad.

Pasa el tiempo y parece que no aprendemos nada, es como si estuviéramos viendo imágenes de otros tiempos que nos parecen lejanos y absurdos, y no, se repiten constantemente.

Uno de los cuestionamientos actuales frente a esta realidad es qué nos toca a nosotros. La mayoría sentimos una impotencia severa al ver todo esto. Pero la verdad es que, sí jugamos un papel en esto que sucede de manera implícita, porque en nuestra propia vida, en nuestra propia historia, también peleamos muchas guerras.

Siempre es fácil encontrar un culpable y a alguien que pueda ser depositario de nuestra agresión, porque comúnmente nos sentimos víctimas de algo o de alguien. Y entonces, activamos todos nuestros mecanismos de ataque, que despliegan una guerra en nosotros y a nuestro alrededor.

Frente a estas guerras no somos impotentes, si podemos hacer algo. El primer paso es mirarlas, poder reconocerlas. Pensar que no solo afuera de nosotros existen verdugos, que nosotros también podemos actuar como uno. Y también poder ver, cómo esos verdugos, y nosotros cuando estamos en ese papel, se sienten y nos sentimos víctimas de algo y de alguien. Y que cuando no lo reconocemos, sometemos agredimos y maltratamos.

“Solo cuando seamos capaces de asumir nuestro dolor, no lo vomitaremos sobre los demás” Xavier Melloni, S.J.

Lo que pasa en nuestro mundo, es un reflejo de lo que pasa en cada uno de nosotros. Y la verdadera transformación como humanidad vendrá el día que podamos reconocer todo esto en nosotros mismos y en los demás, tomando responsabilidad, pero también reconociendo que somos capaces también de construir. De tender lazos entre nosotros, de sanar, de ser empáticos. En pocas palabras, que nuestra capacidad de amar es más fuerte que todo lo destructivo en nosotros y en los demás. Que aunque fallemos, podemos reparar, perdonar, perdonarnos a nosotros mismos y construir.