Alguna vez te has preguntado por qué a veces las personas hacemos cosas autodestructivas o simplemente destructivas?

Freud decía que todos nacemos con un instinto (más bien pulsión o tendencia) a la vida, que llamaba Eros; y también con un instinto hacia la muerte, al cual llamaba Tánatos.

La tendencia a la vida se ve muy claramente en nuestra manera de crecer, desarrollarnos y también de tratar de buscar aquello que nos satisface. Este mismo impulso tiende hacia el vínculo con los demás, ya que busca conexión. 

La tendencia a la muerte, está normalmente más encubierta, y en muchas ocasiones es difícil de identificar. Por lo cual se exterioriza en forma de agresión, que a veces puede ser muy potente. Este impulso tiende más bien a separar y a aislar de alguna forma.

Como este último no es tan fácil de identificar, es importante verlo para poder integrarlo, y sobre todo, para que no prevalezca sobre nuestro instinto de vida.

En ciertas culturas, algunas orientales, otras indígenas, está muy presente la integración de estos dos impulsos. Tal vez sea por su conexión y observación de la naturaleza, en donde es evidente la presencia y la armonía entre las dos. Sin embargo, en la cultura occidental, está prácticamente negado el impulso de muerte, lo que a veces genera la salida de éste de forma muy extrema.

Todos queremos que nuestro tendencia a la vida le gane a nuestro impulso a destruir o a destruirnos, pero el camino no es la negación de esta tendencia, sino la integración de la misma, de tal forma que nos ayude a asimilar la naturalidad de la presencia también de la muerte como el regreso a lo inerte, pero no como una fuerza que nos atrae o arrastra hacia ella. 

Identificar lo que nos lleva hacia la separación o la destrucción es solo el primer paso. El segundo es fomentar o alimentar nuestra tendencia a vincularnos, construirnos y conectarnos con el gozo de vivir.