
Cuando nos apresuramos a decir lo que pasa por nuestra mente, muchas veces decimos cosas que en realidad no reflejan lo que es nuestra intención transmitir.
En ocasiones incluso, podemos lastimar sin intención a las personas que nos rodean. Por lo que nos puede sorprender algún reclamo, y no es hasta que escuchamos lo que provocamos, que nos damos cuenta de lo que salió de nosotros y generó a nuestro alrededor.
A veces vamos por la vida atrabancados y siguiendo un camino con solo lo que percibimos, nuestra mente tiene un script y lo vamos siguiendo sin cuestionar; por lo que escuchar a los demás, y lo que ellos perciben ayuda tanto. Esos comentarios que nos llegan, si tenemos la apertura para escucharlos, cuestionan también lo que hay en nuestros corazones, que a veces no es lo que quisiéramos.
Si en vez de decir lo primero que viene a nuestra mente, guardamos silencio, tal vez esa palabra ya no sea la que sale por nuestra boca. Podemos calibrarla con lo que es nuestra intención expresar, y así ser más congruentes.
Alinear lo que está en nuestra mente y en nuestro corazón con lo que emana nuestra presencia física no es una tarea fácil. Es lo que llamamos coherencia.
Pero esta tarea en el ruido cotidiano externo e interno, se torna más difícil, porque perdemos libertad y vivimos en automático.
En el cultivo del silencio, podemos encontrar un espacio en donde esta congruencia pueda madurar, para así poder expresar lo que realmente queremos y somos, y de esa forma transmitirles a los demás todo nuestro respeto y amor.