La mayoría de las personas tenemos un piloto automático que va dirigiendo nuestra vida. Quién es ese piloto automático? Se llama Ego y se alimenta de nuestros pensamientos.

Desde que somos niños empezamos a sentirnos amenazados por nuestro ambiente de una u otra manera, esta amenaza tiene una forma y un nombre diferente para cada persona. Se convierte en un miedo que nos persigue y por lo tanto, algo de lo que huimos o nos defendemos. Este mecanismo hace que nuestra historia nos la vayamos narrando con el filtro de este miedo, por lo tanto, percibimos una toma parcial de la escena de todo lo que nos va sucediendo.

En el IV año D.C. un asceta llamado Evragio Póntico le llamaba a esto el “Logismoi”.

El “Logismoi”, o historia distorsionada que nos contamos a nosotros mismos, no solo distorsiona el pasado, sino que se proyecta sobre el futuro en forma de preocupaciones y expectativas.

Como se pueden imaginar, esto sin duda contamina nuestro presente. Esto habita todo en nuestra mente, y solo existe el ella. La mente no puede

habitar el presente, brinca del pasado al futuro, porque su función principal es controlar, y el presente no se puede controlar. No lo puede calibrar, juzgar, analizar, etc.

Si no somos conscientes de esto, creemos que nosotros somos esa mente, y toda la historia que ésta nos cuenta, creemos que somos nuestro Ego. La razón por la que lo percibimos así, es porque es ella (la mente) con su cómplice el Ego es la que está normalmente en el volante de nuestra vida. Es la que nos domina, la que nos dice qué está bien y qué está mal, qué hay que desear y que hay que repeler, pero también es la que nos esclaviza, nos angustia, nos preocupa y nos lleva a pelearnos con la realidad tal como es. Digamos que no fluye.

Cuando la observamos con una actitud descreída, todo cambia. Percibimos que es una herramienta que tenemos, que la necesitamos, pero que no tiene por qué estar al mando. No tenemos que pelearnos con ella, no tenemos que desacreditarla, solo hay que observarla. Y entonces vemos que somos mucho más que ella, que en nosotros existe una consciencia distinta que tiene mayor libertad y mayor claridad. Un centro que opera desde la totalidad y no desde la parcialidad y que integra todo lo que somos. Ese centro sabio, libre y constante, que no se descoloca con lo que sucede alrededor, es el que mejor maneja, solo tenemos que reconocerlo y dejarlo habitar nuestra vida.

Hay muchas herramientas para poder distinguir entre estos dos conductores, uno de ellos es la meditación o cualquier herramienta de Mindfulness que nos permiten concentrarnos en las sensaciones para no estar focalizados en la mente. También algunas teorías de auto-observación como el Eneagrama nos permiten analizar cómo funciona la mente y el discurso distorsionado en el que nos enreda.  Cualquiera que elijamos en cada momento de nuestra vida, nos promete mayor libertad y mayor armonía para sabernos completos y poder vivir con mayor plenitud.