Nuestro entorno cultural va moldeando la forma como nos percibimos a nosotros mismos y a los demás. Los estereotipos son inevitables, pero nos afectan más de lo que pensamos.

Influyen en nuestros ideales de belleza, en la forma como creemos que es apropiado pensar y sentir dependiendo de los valores con los que nos queremos identificar, etc.

De una forma muy concreta moldean la percepción de si somos apropiados o no, de los conceptos que tenemos de la masculinidad y la feminidad, e incluso la forma de juzgar lo que vemos todo el día frente al espejo.

Por más que nos peleemos internamente con el concepto del “estereotipo”, nos acaba afectando al grado de pensar que, si no encajamos en ese cuadro que nos pintamos, lo que tenemos que hacer es modificar lo que somos, para sí encajar en alguno de alguna forma.

Creemos que somos libres, pero en realidad, tenemos una serie de introyectos desde nuestra infancia, moldeados por nuestra cultura que nos llevan a rechazar parte de lo que somos. Un ejemplo de esto es la dificultad que experimentamos las personas conforme nos vamos haciendo mayores, de aceptar el deterioro de nuestro cuerpo, no solo en temas de salud, sino en la lejanía que empieza a sentirse del modelo o el ideal de estética que nos hemos comprado.

Es imposible vivir sin introyectos, pero el reconocerlos y el darles su debido peso, nos permite ser más libres frente a ellos y así poder aceptar lo que es, encontrándole la belleza a esta realidad, sin tener que encasillarnos en lo que creemos que debería de ser.