Los imprevistos normalmente nos molestan bastante, pero la realidad es que a veces son regalos de la vida.

Las cosas que suceden diferente a lo que esperamos nos descolocan, nos meten en un momento de caos, que muchas veces genera angustia. Pero en este estado, se da un reacomodo. Nos tenemos que adaptar a lo que está sucediendo, y eso a veces nos trae aprendizajes.

A veces los imprevistos nos evidencian algo que no hemos planeado bien, otras nos enseñan que no podemos controlar todo, y otras veces simplemente que no pasa nada.

Cuando dependemos de que las cosas salgan como queremos, en ocasiones es porque tenemos muchas falsas seguridades, y cuando algo se sale de las manos, nos damos cuenta de que muchas de esas cosas de las que sentimos que dependemos, en realidad son periféricas y no tan importantes como creíamos.

Cuando esto sucede, salimos de nuestra zona de confort, nos adentramos en la zona de riesgo, o incluso de pánico, y esa salida promete un aprendizaje y un crecimiento. Esto es si decidimos verlo de esta forma.

Un ejemplo muy simple, es cuando nos falla algo como la computadora o el coche. En un primer momento sentimos que todo se desmorona, que todo es terrible. Cuando va pasando el tiempo, nos damos cuenta de que podemos resolverlo de otra forma y que ese fallo en realidad no tiene grandes repercusiones. El problema es que en el momento sentimos que si, que es muy trascendente. El poder percibir lo relativo de la importancia que le damos a estas cosas, en realidad abona a nuestra libertad.

Asimismo, también nos hace más responsables de lo que sí podemos organizar y prever de una manera distinta. Esto es sin quitarnos la paz, ya que dimensionamos la importancia de lo que sucede.

Qué curioso sería tener la capacidad de aprovechar las cosas que nos suceden y no tenemos planeadas. Tal vez un imprevisto, es una bendición disfrazada de problema.