
Las palabras son una elaboración y expresión finísima de nuestras mentes, sin embargo tienen una limitación: apuntan a algo, pero no lo sustituyen.
La explicación ha llegado a sustituir la investigación personal, con lo que matamos la relación directa, lo que surge de toda la persona con todo lo que la rodea. Catalogamos lo que vamos percibiendo como bueno o malo, agradable o desagradable.
Con esto bloqueamos la capacidad de conectar con las cosas que “simplemente son” más allá de la limitación que les impone una forma particular de nombrarla.
Con el pensamiento estimulamos el deseo, desplazándolo a esfuerzos futuros, perdiendo contacto con el presente. El deseo siempre mira al futuro influenciado por la presión de lo pasado y por el recuerdo de lo que fue.
Vamos creyendo que para llegar a ser tenemos que sumergirnos en una constante actividad, porque sentimos que tenemos que tener una serie de cosas, logros, etc. Para tener valor. Así también nos vamos catalogando con palabras, y nos perdemos la experiencia de lo que realmente somos.
La salida de este auto enredo, el contrapeso, es la percepción. La esencia de este trabajo es tomar consciencia de lo que somos sin necesidad de ponerle palabras. Esto nos permite estar presentes y percibir todo lo que nos vamos encontrando. Advertir todo nuestro potencial interior, y el de todos los que nos rodean. El factor personalizante es la atención.
Siento que hacer un cambio desde la inevitable distracción que supone ir afuera buscando resultados, hacia la tranquilización de la consciencia, disminuye y elimina las barreras que nos separan de nuestro propio centro, donde simplemente “es” todo lo que percibimos.
El instrumento para hacer este cambio sería el silencio, que nos permite trascender la palabra y el pensamiento. Este interés por la profundidad no quiere decir que excluyamos la superficie y todo lo que sucede a nuestro alrededor.
A partir del silencio, las palabras cobran otro significado, otra dimensión. Son la expresión de la experiencia, no la sustitución de la misma.
Por eso, después de la experiencia, cada uno necesitamos encontrar las palabras que la expresan, para así poder compartirla y acomodarla en nuestro ser.