
En Oriente se le ha dado siempre una importancia y un significado fundante a la respiración. La respiración simboliza la vida misma, y la capacidad que tenemos las personas de acoger lo que viene, de inspirarlo, y la capacidad que tenemos de soltar o de exhalar.
Estos dos movimientos concretos que hacemos de manera instintiva en nuestras vías respiratorias, al hacerlos conscientes, nos permiten transferirlo a todo lo que vamos experimentando.
Dejar ser, y dejar ir. Si logramos hacer esto en nuestras relaciones, en nuestro trabajo, con nuestras emociones, en nuestros duelos, vivimos de una forma más relajada, más fluida y más sana.
El problema de los occidentales radica en que estamos programados para controlar y para tratar de modificar todo con lo que nos encontramos. Eso no quiere decir que esta actitud aprendida sea negativa. Gracias a este programa, el ser humano ha logrado grandes cosas, avances tecnológicos, científicos, construcción de sociedades más cómodas y eficientes. Pero también una destrucción ambiental, social, y personal.
La integración del aprendizaje de “Dejar ser, y dejar ir”, que nos recuerda nuestra propia respiración, es lo que puede equilibrar esta actitud que tanto fomentamos en occidente.
Pienso que la incertidumbre que estamos viviendo, agudizada por la presencia de la Pandemia, que no vemos cuándo acabará, nos está enseñando a todos la importancia de ejercitar la consciencia de esta actitud fundamental de acogida y de despedida.
Este ejercicio se va logrando momento a momento con lo que va surgiendo, sintonizando con lo que nuestro cuerpo hace sin que se lo pidamos, teniendo la intención de alinearnos con esa sabiduría.
Al hacernos conscientes del ritmo de la respiración, tratamos de que nuestra mente no nos descoloque. Esto sucede, cuando alimentamos la sensación de angustia que genera la incertidumbre, con pensamientos negativos anticipatorios. Cuando esto pasa, podemos anclarnos en nuestra respiración, que nos recuerda la manera como podemos fluir con la incertidumbre.