Cuando pensamos en el corazón, normalmente lo pensamos como nuestro centro emocional, como el lugar en donde se gestan y se forman nuestros afectos o nuestros sentimientos. Pero hay otra manera de concebir nuestro corazón.

Lo podemos también pensar como el lugar donde habita el núcleo de lo que somos, como nuestro centro, como nuestra conexión con la vida y por lo tanto con los demás.

A mi me gusta esta descripción o este referente, como una parte nuestra que integra todo lo que somos. Las emociones son parte importantísima de lo que nos constituye, pero al final, son reacciones químicas de nuestro cuerpo frente a un suceso o un estímulo. Los sentimientos son la elaboración mental de dichas emociones. Los pensamientos son generados por nuestra torr de control (la mente) que le da sentido a todo lo que percibimos y sentimos. Y nuestros impulsos, a pesar de ser una parte muy primitiva de lo que somos (lo que nos conecta con el mundo animal), nos apuntan a nuestras necesidades más elementales.

Todas estas partes de nuestro ser  son muy importantes, y constituyen nuestra identidad. Pero hay algo que va más allá de todo esto, que hace que todo tenga un sentido y una coherencia. Esto es nuestro corazón, nuestro centro. Ahí es en donde integramos todo lo que sucede en nosotros y también lo que nos constituye.

Ahí también conectamos con la fuente de vida que nos trasciende, y por lo tanto nos conecta con los demás, ya que somos parte de la misma fuente. También es lo que trasciende las palabras y desde donde emanan estas para darle sentido a todo lo que nos acontece.  De este corazón surge nuestra resiliencia, nuestra capacidad de darnos, de convertirnos en vida para los demás.

El asunto del corazón es que si lo ignoramos, no se nos puede imponer. Si vivimos todo el tiempo alimentando nuestros pensamientos, y permitiendo que éstos nos guíen y nos aconsejen, nuestro corazón permanece ignorado y no sabemos cómo escucharlo. Focalizar en el corazón, implica cambiar nuestra atención de nuestros pensamientos a nuestras sensaciones, es decir, hacer silencio exterior e interior, para poder entrenarnos a escucharlo. Y así, poder aprender a vivir desde él, desde el corazón.

Cuando pensamos en el corazón, normalmente lo pensamos como nuestro centro emocional, como el lugar en donde se gestan y se forman nuestros afectos o nuestros sentimientos. Pero hay otra manera de concebir nuestro corazón.

Lo podemos también pensar como el lugar donde habita el núcleo de lo que somos, como nuestro centro, como nuestra conexión con la vida y por lo tanto con los demás.

A mi me gusta esta descripción o este referente, como una parte nuestra que integra todo lo que somos. Las emociones son parte importantísima de lo que nos constituye, pero al final, son reacciones químicas de nuestro cuerpo frente a un suceso o un estímulo. Los sentimientos son la elaboración mental de dichas emociones. Los pensamientos son generados por nuestra torr de control (la mente) que le da sentido a todo lo que percibimos y sentimos. Y nuestros impulsos, a pesar de ser una parte muy primitiva de lo que somos (lo que nos conecta con el mundo animal), nos apuntan a nuestras necesidades más elementales.

Todas estas partes de nuestro ser  son muy importantes, y constituyen nuestra identidad. Pero hay algo que va más allá de todo esto, que hace que todo tenga un sentido y una coherencia. Esto es nuestro corazón, nuestro centro. Ahí es en donde integramos todo lo que sucede en nosotros y también lo que nos constituye.

Ahí también conectamos con la fuente de vida que nos trasciende, y por lo tanto nos conecta con los demás, ya que somos parte de la misma fuente. También es lo que trasciende las palabras y desde donde emanan estas para darle sentido a todo lo que nos acontece.  De este corazón surge nuestra resiliencia, nuestra capacidad de darnos, de convertirnos en vida para los demás.

El asunto del corazón es que si lo ignoramos, no se nos puede imponer. Si vivimos todo el tiempo alimentando nuestros pensamientos, y permitiendo que éstos nos guíen y nos aconsejen, nuestro corazón permanece ignorado y no sabemos cómo escucharlo. Focalizar en el corazón, implica cambiar nuestra atención de nuestros pensamientos a nuestras sensaciones, es decir, hacer silencio exterior e interior, para poder entrenarnos a escucharlo. Y así, poder aprender a vivir desde él, desde el corazón.