Para construir nuestro sentido de identidad necesitamos ser sostenidos por alguien más. Para sobrevivir, necesitamos de la relación.

Sin embargo, es la carencia en las relaciones lo que muchas veces genera trauma. Por eso, es también en el contexto de una relación en donde nos vamos sanando.

Cuando alguien sintoniza con nosotros y nos acompaña, sin tratar de manipular o llevarnos por sus caminos, sino caminando junto a nosotros… podemos empezar a sanar nuestros traumas.

El trauma desconecta, y es la conexión lo que regenera la herida que deja en nuestra historia lo que nos lastimó. Por eso los espacios relacionales generan formas diferentes de lidiar con el dolor.

Microsistemas que contienen y permiten que todo lo que somos quepa ahí, nos van regenerando. Nos volvemos agentes de restauración.

Así como biológicamente estamos diseñados para sanar, psicológicamente también. Nuestra consciencia tiene una clara tendencia a la integración y busca de una u otra forma la salud. Solo necesitamos comprometernos con nosotros mismos y conectar.

¿Conectar con quién? Con nosotros, con la naturaleza, con los demás y con lo más profundo que nos constituye.

Cuando integramos el trauma, este se vuelve un don, porque nos permite conectar con el de los demás y nos podemos volver contenedores ellos que habiliten la integración. No me da miedo lo que sientes, y te acompaño. Y entonces formamos una tierra compartida y fértil, en donde todos crecemos.