En nosotros existe un espacio interno de ecuanimidad.  Es parecido a la solidez de una montaña.  Y el acceso a dicho espacio es a través del silencio y la respiración.

La imagen de una montaña describe muy bien el estado interior de libertad que habita en cada uno de nosotros, que permanece implacable frente a todas las vicisitudes de la vida.  

Igual que frente a una tormenta, frente al cielo azul, frente a un vendaval, frente al paso de las nubes, la montaña no se mueve. En nosotros existe un espacio de paz y silencio que puede observar los pensamientos de la mente, los acontecimientos externos e internos. De ese núcleo es de donde puede salir una respuesta, pero sin descolocarse. Es como un observador interno que tiene confianza y esperanza en que lo que es puede ser, lo que está puede estar, y lo que se va se puede ir. 

Por eso, me gusta pensar en que ahí es en donde habita nuestra libertad interior. En el cultivo de la conciencia, a través de la soledad y el silencio, podemos acceder a dicha libertad en todo momento. Con la simple atención a la respiración y con la intención de encontrarnos con la solidez que nos habita y nos sostiene. 

El ejercicio de observar en retrospectiva todo lo que hemos atravesado sin haber sido avasallados, nos sirve para tomar consciencia de esa parte de nosotros que nos constituye. 

Es como una especia de ancla que no permite que salgamos volando al primer contratiempo, algo que nos sostiene, que permanece y que nos habita. Sin embargo, hay que aprender a habitarlo. Si lo logramos, todo lo demás se acomoda desde ese espacio libre.