Para poder ser solidarios primero tenemos que habitarnos. Es decir, encarnarnos. No podemos conectarnos con los demás sin conectarnos con nosotros mismos.

Esta conexión requiere espacios y momentos de soledad y silencio. No porque el aislamiento sea el objetivo, sino porque nos permite hacernos presentes, para poder después relacionarnos de una forma profunda y genuina.

Ser solidario implica responder a lo que el otro necesita, pero sin estar en nosotros mismos sería imposible percibir el estado del otro.

Es por eso que articular momentos de retiro interno, y a la vez contacto, es un arte que necesitamos ir aprendiendo.

Algunas personas por naturaleza tienden a uno de los dos extremos, que al final no están tan polarizados, porque se necesitan. Pero nuestra tendencia hace que nuestro trabajo vaya encaminado en una dirección o en la otra.

Las personas que tienden al aislamiento necesitan trabajar la empatía y solidaridad, mientras las que se relacionan con facilidad necesitan aprender a estar también en sí mismos, en la quietud.

Lo que tiene en común el trabajo de cualquiera, es la necesidad de integración de estas dos tendencias.

Como somos seres en proceso, es algo que nunca se va a terminar de concretar.  Pero, el simple objetivo de integrar nuestra necesidad de soledad y silencio, y nuestra relación solidaria con los demás, hace que nuestro caminar por este mundo sea gozoso no solo para nosotros, sino también para los que nos rodean.