Todo el tiempo estamos tomando decisiones, lo sepamos o no. No tomar una decisión, es tomar la decisión de no tomarla. La consciencia de la dirección que están eligiendo los pasos que doy es lo que nos permite dirigirnos hacia donde queremos.

Hemos hablado mucho de la necesidad que tenemos todos de soltar y fluir, pero también hay que articular este ejercicio con la consciencia de la responsabilidad que tenemos de construirnos o destruirnos.

Muchos de nuestros conflictos interpersonales se derivan de la falta de responsabilidad personal, a veces de nuestras acciones, a veces de la forma como expresamos nuestras emociones, y a veces de nuestras omisiones.

No es lo mismo responsabilidad que culpa, y muchas veces confundimos estos dos conceptos. La culpa es un tipo de miedo, de temor a una represalia, y no es muy racional. De hecho, algunos estudiosos de las emociones han hablado de que la culpa y la lógica no se articulan bien.

Por otra parte, la responsabilidad implica asumir una situación antes o después de que esta se presente y hacernos cargo de lo que implica.

Si podemos discernir aquellas cosas que dependen de nosotros y las que no, podemos decidir cuáles aceptamos, en cuáles podemos actuar, e incluso cuáles podemos cambiar.

Esto no solo nos proporciona serenidad, sino que también nos conecta con el poder que tenemos en nuestro interior, que no implica ni dominación ni sometimiento, sino libertad y consciencia de nuestro papel activo en la vida personal y comunitaria.

De esta forma, no solo nos plantamos mejor en nuestra realidad, sino que cooperamos para un entorno más armonioso.