
La Verdad con mayúscula nadie la conocemos. Sin embargo, en nosotros habita algo que podríamos llamar nuestra verdad. Es eso que nos define, que nos constituye y que solamente se puede expresar siendo lo que somos.
Esta verdad sería como la congruencia con nuestro núcleo. Lo que resuena adentro de nosotros y que se expande hacia afuera. Desde donde operamos, desde donde nos relacionamos, desde donde vivimos.
El asunto es que conforme vamos creciendo, muchas veces nos vamos distanciando de esta verdad. Nos empezamos a contar historias que nos permiten formar una identidad y que nos ayudan a lidiar con lo que se nos va presentando. Se va estructurando nuestra capacidad de adaptarnos al entorno.
Estos mecanismos de adaptación a veces son congruentes con lo que somos en el fondo, pero a veces no. Cuando condicionamos nuestra pertenencia a algo que no resuena con lo que somos, se genera malestar. Pero ese malestar lo podemos racionalizar o atribuir a causas externas, llegando a distorsionar incluso lo que sentimos, que generalmente nos remite a esta incongruencia.
Decirnos la verdad acerca de lo que sentimos, es un muy buen primer paso para ir descubriendo la incongruencia entre lo que somos y lo que nos contamos; a través de nuestras emociones podemos ir encontrando lo que realmente somos. A veces no es fácil decirnos la verdad porque creemos que nos va a desadaptar o va a romper el equilibrio que hemos alcanzado.
Pero ejercitando la consciencia y buscando esta verdad que nos habita, vamos logrando una mayor congruencia, que se traduce en una sensación de paz y armonía, que no solamente nos beneficia a nosotros, sino a todos los que nos rodean. Estamos llamados a ser lo que somos, no lo que falsificamos, y así somos una bendición para el mundo.