Nuestros pensamientos muchas veces nos victimizan. Nos victimizan de los demás y de nosotros mismos. Nos hacen sentir atrapados en nuestras emociones o en las situaciones que vivimos. 

Por el contrario, cuando percibimos solamente lo que está sucediendo a nuestro alrededor, o adentro de nosotros mismos, nos damos cuenta de que no somos nosotros eso que estamos sintiendo, sino que es una parte de lo que somos. Pero más allá de esa vivencia, está la sensación de una solidez que no es tocada por la misma. 

En otras palabras, no somos lo que nos sucede ni lo que sentimos, es solo parte de nosotros, no nuestra totalidad. 

Si podemos observarlo y percibirlo de esta forma, nos volvemos testigos, y no víctimas de los demás y de lo que sentimos. Esto no solo nos da mayor libertad, sino que nos permite dejarnos sentir lo que vaya surgiendo en nosotros, sin pensar que seremos aniquilados por ello. 

De esta forma podemos enfrentar todo lo que sentimos, y lo que vivimos, dejando que estas situaciones nos transformen. 

Nos transforman, porque nos dejamos tocar por ellas, y aprendemos mucho de nosotros mismos en este contacto. 

Un ejemplo de esto es el miedo, cuando dejamos de evitarlo, y lo sentimos, además de tener mayor libertad frente a él, nos puede enseñar fortalezas que están dentro de nosotros mismos y que probablemente nunca habíamos visto.

Asimismo, ahorramos mucha energía, ya que resistir lo que nos sucede a través del pensamiento, es muy cansado. Por el contrario, percibir solamente lo que está sucediendo, nos descansa en todos los sentidos y permite que fluyamos con lo que hay en el aquí y en el ahora.