Cuando somos chicos pensamos que somos invencibles de muchas maneras, eso hace que busquemos ser cuidados, pero que no nos cuidemos nosotros mismos.

A mi me pasó que cuando llegué a la Crisis de la Mediana Edad, no solo me hice consciente de que de ninguna forma soy invencible, sino que si no me cuido, pago la factura de inmediato.

Hay muchas formas de cuidarnos, y lo primero que normalmente nos viene a la mente es el cuidado físico, Tal vez eso es lo más evidente, pero está también el cuidado emocional, el cuidado psicológico, el cuidado relacional y finalmente el cuidado espiritual. 

Todas estas áreas de nuestras vidas necesitan ser atendidas, y si no lo hacemos, reclaman atención de muchas maneras. Este es el origen de muchas de las enfermedades, tanto físicas como emocionales.  No todas, pero muchas de ellas son llamadas de auxilio para que nos cuidemos y nos atendamos.

Algunas personas asocian el cuidado a uno mismo con el egoísmo y en auto centramiento, pero la realidad es que es mucho más egoísta no cuidarnos. Las consecuencias de esta negligencia no solo las padecemos nosotros, sino todas las personas que nos rodean. 

También esto es en ocasiones uno de los orígenes de la descomposición social, ya que acabamos reclamando este cuidado de los que nos rodean o los culpamos por no habernos cuidado nosotros mismos. Esto deriva en un chantaje emocional que hace muy difícil la convivencia. Creo que no conozco a ninguna persona a la que el chantaje emocional no le genere resistencia y rechazo. 

En pocas palabras, el martirio y auto sacrificio no lo agradece nadie, es una decisión propia, y desde ese lugar, no es amoroso ni generoso.

Si empezamos por escucharnos y cuidarnos a nosotros mismos. Dándonos tiempo para saber qué necesitamos, conectando con nuestra creatividad para dárnoslo o para pedirlo de manera asertiva. Entonces podemos ver a los demás y hacer lo mismo con ellos. Así, no solo mejora nuestro bienestar, sino el de todos aquellos que pasan por nuestras vidas.