
Creo que a todos nos gustan las vacaciones, y no solo eso, las necesitamos. Rompemos horarios, rutinas, fluimos con lo que va surgiendo, etc. Pero qué pasaría si viviéramos siempre en este estado? Nuestra vida sería un caos.
El volver al orden y a la rutina, por un lado genera resistencia en nosotros, y más con las circunstancias que nos están tocando vivir, en donde no hay muchas certezas. Sin embargo, este movimiento de vuelta a una estructura cotidiana, también puede generar paz.
El caos y el orden son parte de un continuo y es imposible vivir en uno sin integrar el otro, sin embargo, para poder estar en paz y armonía, la mayoría de las personas necesitamos que el orden prevalezca. No me refiero a un orden rígido, que no permite ni adaptación ni movimiento, pero si me refiero a un orden que nos da estructura y nos permite funcionar.
Puede ser externo y muy concreto, o interno y muy relativo, aunque muchas veces el uno es reflejo del otro. El acomodar las cosas tanto interna como externamente nos baja la ansiedad y nos permite canalizar nuestra energía hacia lo que queramos construir o lograr.
El caos, el desorden, producen de manera natural en nosotros un desequilibrio que se traduce en ansiedad y en ocasiones hasta en angustia. La ansiedad a veces puede ser una ansiedad placentera, anticipatoria de alguna novedad y hasta sana. Pero cuando ésta se prolonga, deja de ser agradable y es un estorbo a nuestro funcionamiento armónico.
El orden, por el contrario, produce una sensación de control o más bien de dominio de nosotros mismos, que reduce nuestro nivel de ansiedad, mientras éste no se convierta en rigidez, que produciría el efecto contrario.
Si en lugar de regresar a la rutina en automático, nos tomamos un tiempo para evaluar el orden que nosotros necesitamos establecer en nuestra cotidianidad, podemos generar una armonía en la estructura de nuestros días, del manejo de nuestro tiempo, de nuestros recursos, etc. Que nos permita adentrarnos en nuestra vida de manera más consciente y por lo tanto con una actitud de acogida a lo que ella nos trae en el día a día.
El final del verano, y el reinicio de la rutina es una oportunidad para evaluar cómo queremos terminar el año, replantearnos nuestras intenciones y reordenar de alguna forma nuestras prioridades.
Puede ayudar un ejercicio muy sencillo para trabajar esta consciencia: cada vez que mi mente comienza con un “Tengo que…” veo de dónde viene ese imperativo, si es un programa que me está haciendo vivir en automático, o si es algo que puedo cambiar por un “Quiero….” Y que le da orden y estructura a mi vida.