Cuando oímos la palabra soltar, se nos antoja. ¿Cuántas veces no nos ha dicho alguien: Ya suéltalo? Y ganas no nos faltan, el problema es que no sabemos cómo.

La mayoría de las personas tenemos muchos apegos o muchas dependencias. A mi me gusta pensar que es parte de nuestra fragilidad humana, de la confusión de quienes somos en realidad. Es como si compensáramos algo. Frente a una sensación de vacío (que tenemos todos, consciente o inconsciente, en mayor o menor grado), buscamos algo o a alguien para amortiguar sentir esto. Algunos autores le llaman “dependencia afectiva”, y la realidad es que nos hace sufrir muchísimo. Por un lado, no nos permite vivir en el presente y apreciar lo que hay en el. ¿Saben por qué? Porque el vivir el presente tiene dos reglas fundamentales: “Dejar ser lo que es, y dejar ir”, es decir, aceptar y soltar.

Por otro lado, nos hace establecer una relación poco sana con el objeto de nuestra dependencia. El elemento que la convierte en poco sana es la falta de libertad, cuando no hay libertad esta interacción se vuelve disfuncional. Este es uno de los orígenes de la famosa codependencia en las relaciones, pero también de las adicciones a cualquier cosa, de los fanatismos religiosos, políticos o de cualquier tipo. Son todas estas falsas seguridades, que nos atrapan pensando que sin ellas estaríamos mucho peor de lo que estamos.

¿Qué podemos hacer para manejar estos apegos o estas dependencias y recuperar nuestra libertad? Acordarnos de lo que somos, conectar con los recursos que están en nuestro interior, que a veces están escondidos, y a veces son muy evidentes, pero siempre están. De esa forma dejamos de sentirnos incompletos, defectuosos, vacíos y podemos soltar, podemos dejar ir y aceptar lo que es, lo que hay, para después volver a dejarlo ir y soltar de nuevo. Así nos volvemos más ligeros.

Una de las cosas más difíciles de soltar tal vez sean nuestras emociones, la mayoría de nosotros no recibimos una educación en cuanto al manejo adecuado de nuestros sentimientos, o los bloqueamos o los alimentamos para quedar atrapados en ellos. Aquí podemos empezar con el ejercicio de soltar. Podemos percibir una emoción, dejarnos experimentarla y después entregarla, sin alimentarla con nuestros pensamientos. Así vamos desatorando poco a poco. Si conseguimos hacer esto en nuestra parte emocional, nos vamos sintiendo cada vez más sólidos y vemos que el poder está dentro de nosotros mismos, por lo tanto, no tenemos que agarrarnos de nada externo para compensar nuestra sensación de debilidad y vacío.

Intenten hacerlo, y entonces las ganas que tenemos de soltar y de ser más ligeros, se convertirán en una realidad, y cada vez se nos irá haciendo más fácil.

Hay soltar, fluir, vivir en el presente, sin expectativas, sin miedos y sin culpas, porque hay que dejar ir para poder estar.